¿Por qué el vino blanco tiene ese color característico?

No se sabe en qué momento de la historia pasó a denominarse vino blanco al vino de esta variedad, pero como cualquier observador puede apreciar la denominación de “blanco” no coincide exactamente con su color verdadero. En realidad, los vinos blancos presentan más bien tonos pálidos y amarillentos, que van desde los dorados y ámbar hasta los colores pajizos o casi transparentes, a veces acompañados de matices verdosos.
En realidad, el color característico del vino blanco tiene su origen en el escaso o nulo contacto del mosto con las pieles de las uvas durante el proceso de fermentación. Son estas pieles las que aportan la pigmentación a los vinos, y al excluirlas de la fermentación se provoca que el vino adquiera un tono claro.
Otro dato curioso y que los consumidores comunes suelen desconocer es que el vino blanco puede elaborarse no solo con uvas blancas, sino que también pueden emplearse uvas tintas. La razón es lo que hemos explicado más arriba, como son las pieles de las uvas las que aportan el pigmento al vino, si no se las pone en contacto con el mosto, este, proceda de la variedad de uva que sea, no adquiere tonos oscuros.
Lo cierto es que, aunque esto sea así, en la práctica casi no se comercializan vinos blancos que procedan de uvas tintas. A este peculiar tipo de vino blanco se les conoce como Blanc de Noirs, expresión francesa que significa “Blanco de Negro”.
Normalmente, los vinos blancos van oscureciéndose según envejecen. Con el paso del tiempo los blancos suelen presentar amarillos más intensos, dorados, color oro e incluso ámbar. Por tanto, la palidez en el color de estos vinos nos informa de que se trata de un vino joven, y además posiblemente embotellado rápidamente y sin crianza (lías, barrica de madera, etc.). La crianza provoca que el vino adquiera un tono más oscuro e intenso.

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